viernes, 16 de mayo de 2008

TONTICIENTA

Erase una vez una joven que vivía con su padre en una gran mansión. Esto no quería decir que este señor fuera millonario, su trabajo tan solo le alcanzaba para sostener tan lujoso hogar. En esta casa vivían la joven Tonticienta y su padre. La esposa del dueño de casa había muerte al dar a luz a su única hija, lo que despertaba en el padre una inmensas ganas de hacerse a una compañía femenina después de casi dieciocho años de abstinencia. Pero no pasó mucho tiempo para que esto cambiara y los deseos de don Abstenio si hicieran realidad con la llegada a la mansión de una muy bien proporcionada compañera. Pero ésta nueva ama de casa no vendría sola, aquella mujer traía consigo dos retoñitos bastante desordenados. La madrastra de Tonticienta era una señora muy alborotada y las dos hijas no se diferenciaban mucho de su madre. No se sabía cual de las tres era la peor.

A pesar de que el padre de Tonticienta la estaba pasando muy bien con su nueva mujer, no se podía decir lo mismo su hija. Sus hermanastras que ya eran bien recorridas, hablaban todo el tiempo de sus citas con amigos y de lo mucho que se divertían cada fin de semana en los peores sitios de rumba de la ciudad. Tonticienta, por ser única hija, no tenía muchas amistades y, por el contrario, se la pasaba durmiendo y viendo televisión todo el tiempo. El estudio nunca fue su fuerte, cursar primaria fue una de sus grandes hazañas y a pesar de que su padre le insistió bastante para que retomara los estudios, Ella prefirió quedarse en la casa desempeñando las labores de una cachifla.

Una mañana llego a la mansión una carta que contenía un mensaje trágico. El padre de Tonticienta, que poseía la misma inteligencia que le había heredado a su hija, se había ido a uno de sus viajes de trabajo sin ajustar los frenos de su carro. A más de doscientos kilómetros de su casa fue recibido por lo profundo de un precipicio, quedando regocijado entre las piedras, el carro y el agua de rió.

Nadie imagina lo que sufrió Tonticienta. Pero tampoco exageremos, su dolor duro hasta que el abogado de la familia, a los dos días de la muerte de su padre, le leyó el testamento. Su padre había estipulado que se le dejara la pensión a su hija, pero que la casa debería quedar en posesión de la que fue su tan entretenida mujer. A Tonticienta esto no le importo mucho, la verdad fue que desde ese momento, ella se soñaba deambulando en almacenes de ropa y sitios de diversión, gastando el dinero que su padre le había dejado y olvidando los consejos que él, con sus pobres conocimientos le había heredado.

No paso mucho tiempo para que la ansiosa Tonticienta se alzara la bata. Su nueva madrastra se portaba muy bien con la joven. Desde la muerte del viejo, Tonticienta podía hacer todo lo que se le diera la gana, siempre y cuando, una parte de su pensión fuera donada para los gastos de la casa. En palabras más simples, la vieja la puso a pagar arriendo en el que había sido su propio hogar. Con el tiempo, sus hermanastras, que antes la ignoraban, pues Tonticienta les parecía muy aburridora, se sentían atraídas por la forma en que la pobre alma sin rumbo gastaba su dinero en ropa de marca y joyas costosas. A estas interesadas no les importaba pegársele a Tonticienta a todas partes, con tal de que ella gastara su dinero consintiéndole sus caprichos, convencida del gran cariño de sus hermanastras. Una cosa si hay que decir, Tonticienta podía ser todo lo tonta que se quiera, pero lo que le faltaba en inteligencia le sobraba en belleza. A las hermanastras no les importaba gotereársela y convertirse en su sombra, así los hombres no le quitaran el ojo de encima a Tonticienta cuando las tres paseaban por las calles. Tonticienta estaba muy bien dotada, sus atributos físicos hacían que los hombres perdieran el control de su rumbo ante tan exuberantes curvas. Ella no había conseguido novio, no por que no quisiera, sino por que el estar encerrada en su casa como un murciélago comiendo y durmiendo cual zángana, no le permitía contemplar otras posibilidades.


Un día, comenzó a correr en el barrio un rumor que fue confirmado más adelante por las hermanastras de Tonticienta. El tumba locas de la localidad celebraría una fiesta en la que las mujeres más deliciosas de la ciudad tenían que asistir. Aquel vago de barrio se refugió en las excusa de su venteabo cumpleaños para que sus padres se gastaran una buena suma de dinero en su desenfrenado carnaval. Se haría una rumba como todas las que se arman en los barrios de clase media, donde la juventud se vuelve un ocho en una sola noche. Una noche en la que salen a la luz las mujeres más bandidas del barrio, los hombres que más botellas bebieron y los comentarios de los abuelos que más se trasnocharon a causa de los estruendos de un bajo que retumba en las ventanas hasta casi hacer estallar los vidrios.

Muy entusiasmadas, las hermanastras le comentan Tonticienta del acontecimiento que se avecina diciéndole, de manera un poco hipócrita que ella debería asistir. -Serás la sensación de la fiesta Tonticienta, lo mas seguro es que el anfitrión se fije en ti-. Decían en tono burlón. La verdadera razón por la que Tonticienta debería asistir, era que sin ella y el regalo, que tenia que comprar, las probabilidades de que este par de conchudas se colaran en la rumba eran muy pocas. Pues las pobres tenían serios problemas de dinero y también algunos inconvenientes con su belleza.

Tonticienta acepto inmediatamente la propuesta. Sin que sus hermanas se lo pidieran, ella se ofreció a comprar el regalo para esa noche y por si fuera poco puso a estrenar vestidos que no resultaron tan baratos para el bolsillo de la pobre. El vestido de Tonticienta fue escogido con ayuda de sus hermanas, lo que quiere decir que los escotes serian el furor de la noche.

Tonticienta llego con sus hermanas a la fiesta y fueron recibidas por el anfitrión quien había quedado encantado con los atributos de aquella bella mujer. Desde el momento en que se inicio la rumba todos los hombres miraban a Tonticienta como si fuera el pastel de la fiesta con la diferencia de que no todos pudrían probar la crema. El organizador de la fiesta estaba acechado por todas la mujeres que él había invitado, sin embargo el no podía dejar de mirarle a Tonticienta todo lo que traía debajo de ese vestido.


La inexperta joven por su parte, se divertía bailando con todos los hombres que se sentaban alrededor de ella, sintiéndose enaltecidos por su compañía. Las hermanastras se conformaban bailando regueton las dos solas, desparchadas, desmotivadas; pues ningún joven de la fiesta se sentía atraído por dos mujeres que tenían apariencia de siamesas aunque no lo fueran.

Con el transcurrir de la noche la joven Tonticienta se sentía cada vez mas incomoda con su vestido. Ella pensaba que el traje que le había costado una buena suma de dinero tenia algo de desagradable. Se preguntaba como cada vez que un hombre la sacaba a bailar, éstos sudaban y se ponían muy tensos, ella tenía la sensación de que la querían despojar de su vestido.

Hubo un momento en que la música se suspendió en la fiesta a causa de un CD pirata que había colocado el DJ, Tontincienta aprovecho el momento para sentarse y acomodarse la cura que tenia en su pie derecho a causa de los nuevos zapatos que le estaban provocando una laceración muy desagradable.
La música se reinicia y suena una canción, un clásico de esos aburridores que a veces colocan en las fiestas pero que a Tonticienta le traían muy buenos recuerdos de su niñez, era la canción de Las Divinas.

De repente, ella escucha la voz de un joven que la invita a bailar, levanta su cabeza y muestra las ganas. Era el hombre de sus sueños, era el típico caribonito, era el mejor amigo del anfitrión, era igual que su amigo, era una porquería. La pobre tonta olvida el dolor que le provocaba el pus que salía de su pie y sale a bailar como si la fiesta apenas comenzara. Este hombre comienza a mostrarse ante su presa como el más inocente de los adolescentes, amable, sufrido e inexperto. Bailaban canción tras canción, mientras el dueño de la fiesta planeaba la forma de arrebatarle la comida a su amigo. Se miraban y conversaban mientras que las hermanastras de Tonticienta la dejaban tirada, desilusionadas por la mala suerte de la noche. La gente seguía bailando mientras este hombre le empacaba tragos a Tonticienta cual si estuviera llenando los tanques de su casa.

Al finalizar la fiesta y con Tonticienta más prendida que siete para amanecer ocho, el hombre se ofrece a llevarla a su casa. Eran las cuatro de la mañana y había muy pocas probabilidades de que una madrastra le abriera a una borracha a esas horas. El garozo le aconseja a Tonticienta que se quede en su apartamento, pues en su cama había suficiente espacio y así no tendría ningún inconveniente en su casa. Entre palabras innecesarias como, -no por que me da pena-, -que pensara la gente de mí- y todas las que se le parecen, la joven finalmente decide aceptar la propuesta del tipo.

Tragos iban y venían, el hombre que comienza a mostrar el cobre y Tonticienta que se entrega como guerrillero acogiéndose a la ley de justicia y paz. Para que describir todo lo que paso esa noche si ya sabemos que Tonticienta y el tipo se la pasaron muy bien. A la mañana siguiente y con el pudor recién levantado la joven se viste y deja el amor de su vida tirado en su cama con la impresión de que este hombre hubiera estado trabajando en turno de noche.



Tonticienta llega muy temprano a su casa, a eso de las 7.00 de a mañana mientras las tres marmotas que viven con ellas aun se encuentran roncando. Ella se cuestiona los comportamientos de la noche anterior, sin embargo no le da más largas al asunto y queda profunda en su cama, por que nada como dormir en su propia cama después de haberse quedado fuera de la casa.

El tiempo fue transcurriendo normalmente y aunque esa noche tanto Tonticienta como su galán se habían tomado las placas (números telefónicos) ella todavía se preguntaba por que el nunca le contestaba las llamadas que ella le hacia. A pesar de que insistió por un tiempo nunca logro que él le contestara, así que se dio por vencida y de paso burlada.

Unos meces después de tan desenfrenado carnaval, Tonticienta se comienza ver afectada por unos mareos muy extraños y se preguntaba por que el semáforo no se le ponía en rojo. Su retraso se hacia cada vez mas largo y como nunca tuvo mama ni estudio para entender lo que le estaba pasando ella seguía su vida. Se preguntaba como ella, que últimamente había perdido el apetito podía estar tan barrigona.

Un día la madrastra se acerco a Tonticienta impulsada por algunos remordimientos que hacían remembranza de las experiencias de su pasado y le pregunto a la joven por sus extraños síntomas. La pobre, ignorante de lo que se le avecinaba no tenia ni idea de su estado y entre interrogantes y cuestionamientos de la vieja experta, ésta pudo intuir lo que estaba pasando.
- Mañana iremos a un lugar donde nos dirán que es lo que sucede contigo-. Dijo la madrastra de Tonticienta. Efectivamente las sospechas de esta señora se hicieron ciertas, la pobre Tonticienta irrumpió en llanto ante la trágica y confusa noticia que el medico le había dado. Tenía casi cuatro meses de embarazo.

- A lo hecho pecho peladita o quien la mando a que se pusiera abrirle las piernas al primer abeja que se le atravesara-. Dijo la vieja. Algo le decía a Tonticienta que las palabras de esa mujer tenían mucho que ver con el pasado de sus dos hijas. Sin embargo la joven se armo de valor y en compañía de su antecesora se fueron a buscar al paciente que había provocado el daño. No para que se casara con ella, por que ellas ya sabían que eso iba a pasar, si no para que el hombre se fuera bajando de la cuota mensual a la que estaba obligado a pasarle a la joven, sino quería ser él el abusado en la cárcel y no precisamente por una mujer.

Pero que mal le fue a Tonticienta en este cuento. El tipo había desaparecido del mapa sin dejar ningún tipo de rastro. La impotencia y la desesperación de una mujer que se halla en ésta situación, es muy difícil de que sea comprendida por un hombre que se acerca a ellas con todas las intenciones del mundo menos que por amor. La inexperiencia de Tonticienta no le permitió tener en cuenta este hecho y ahora su vida estará destinada a la crianza de un niño cuando ni siquiera ella se a aprendido a conocer como persona.

Pero todo en la vida de Tonticienta no podía ser malo. Aquella vieja que un día había llegado a su casa para hacer sentir muy bien a su padre y también para quedarse con su casa, dejo ver su pasado. La madrastra de tonticienta se veía reflejada en aquella joven mujer que un día fue engañada y también un poco alborotada y desenfrenada, lo suficiente, como para que se aprovecharan de ella. Tonticienta se convirtió en una hija más para la vieja y aquel niño que venia en camino seria su primer nieto varón. Si Tonticienta no movía un dedo en la casa y solo se la pasaba comiendo y durmiendo, imagínensela en los nueve meses que duro embarazada. Era un parásito.

Aunque las hermanastras de Tonticienta en el fondo veían este hecho como aquella pequeña espinita que se pudieron sacar por la nefasta noche que pasaron, ellas aprendieron a aceptar a Tonticienta y a su hijo como de su alocada familia. No les preocupaba que Tonticienta no trabajara, la pensión que tenia la pobre las hacia sentir un poco tranquilas frente a los gastos que se avecinaban.

Entre discusiones y algunas fiestas que de vez en cuando organizaban en su casa, estas cuatro mujeres aprendieron a vivir y ayudarse entre ellas. Esa solidaridad femenina que siempre ha existido entre mujeres en los momentos más difíciles, así después se estén criticando hasta la ropa que se ponen. Quizás Tonticienta algún día consiga marrano, o quizás se vengue de los hombres o tal vez se quede como madre soltera. Lo único que si se sabe es que ella aprendió. Que los buenos no siempre son buenos y los malos no siempre quieren hacerte daño.









FIN

viernes, 2 de mayo de 2008

EL DEFENSOR DEL ORDEN

Una persona inmersa en el perfeccionismo, no soportaba los cambios de ningún tipo, al entrar a su casa se podía ver un ambiente desesperadamente limpio, todo era tan perfectamente ordenado que el solo hecho de sentarse en una silla te hacia sentir sucio, no lograbas ningún tipo de inadaptación, su ropa era perfectamente ordenada, de la mas vieja hasta la que aun se le sentía el olor del almacén, los colores que usaba no eran tan diversos en el closet solo podías ver el blanco el negro, sin embargo todo era totalmente calculado, el espacio entre estos dos colores, las prendas sobrepuestas dedicadamente, nunca se supo donde estaba la ropa sucia no se sabe si se permitia volverla a usar. No se puede estrechar su mano para saludarlo, no quería imaginarlo buscando escuzas para irselas a lavar. Mas de cinco años frecuentando su casa, era como el cielo, todo era blanco paredes, pisos, muebles, las luces. Desde que lo conozco nunca pude ver las cosas moverse de su sitio, era como si desde siempre hubieran estado allí, arraigadas al suelo y quizás también temerosas al cambio.

Nada en lo que el pueda estar involucrado podrá salir como se desea si no es inspeccionado minuciosamente, "las cosas nunca salen como quieres si tu mismo no las haces" dice, mientras sus ojos revoloteaban por toda la casa como tratando de buscar algo que debe ser devuelto a su lugar. El ángulo de noventa grados que formaban su muebles, la cama ubicada exactamente en el centro del cuarto, sin hablar del plano horizonte blanco de sus sabanas. No se puede hablar de su trabajo, hace cinco años que no lo tiene, un ingeniero civil se vio forzado a abandonar su sueño por una demolición mal planeada que permitio que un escombro destrozara su pie derecho. Un seguro pagara su vida, pero no se la devolvera.

Recuerdo ese primer día en que fui contratado para servirle, al llegar a su casa vi aquel anciano con gabán y boina negra tratando de abrir la reja de su casa mientras la espesa lluvia caía sobre él, las tres llaves del mismo color y de la misma marca no le permitían distinguir cual de ellas le salvaria del aguacero que lo acechaba. Déjeme ayudarle le dije, pero como las cosas tenían su orden, primero había que preguntar quien es usted, como se llama, por que se acerca a mi sin conocerme, que le hace pensar que yo le daría las llaves de mi casa.... soy la persona recomendada para colaborarle en su casa, le digo mientras deja caer las llaves de sus manos arrugadas y engarrotadas por la lluvia. Tuve suerte al intentar con la primera llave que utilice, por que esta seria la que abriría la puerta. Escampamos en el corredor de su casa y volvió y pregunto mi nombre. Después de unos minutos de ver como caía la lluvia dijo: hoy es un día fatal para mi, llego tarde a mi cita medica para que me digan que las terapias que con las que me han torturado tanto tiempo no lograran que camine bien de nuevo y ahora esta lluvia refregandome en la cara mi desgracia. Deberíamos de entrar a la casa, hace frió y depronto se acrecienta su desgracia, le dije. Al escuchar las imprudencias que salían de mi boca pensaba en que tan poco habría de durar mi trabajo. Pensé, no creo que haberle hecho los mandados al viejo hubiera sido tan difícil. Entonces el me pasa otro juego de tres llaves y me dice en forma sarcástica, espero que con estas tenga la misma suerte que con las primeras.

Ya son cinco años de hacer mandados, y aunque a aun me pregunte el por que lo único negro que usaba era su ropa y que pudo ser de su pasado, siento que desde el primer día de mi trabajo, un anciano me demostró que la edad no borra los sueños y que las ganas de vivir se comparte con aquellos seres que respiran tu mismo aire.