viernes, 13 de junio de 2008

TODOS LOS LUGARES PUEDEN SER EQUIVOCADOS

Israel despierta, nunca se hubiera imaginado que aquella mañana soleada, en su primer día de universidad, su metódica vida le cambiarla para siempre. Esa mañana, su madre, una mujer muy activa y apasionada por el trabajo, estaba un poco retardada para servir el desayuno a su hijo. Aquella mujer era una madre soltera heredera de una fortuna por parte de su padre y una considerable pensión que le dejo su marido al morir. Ella no lograba perder el amor al dinero. Israel un poco ansioso, como perro esperando que le tiren la pelota, come de lo que deja su madre en el horno, va al garaje, prende su moto y emprende camino hacia los que serian sus próximos cinco años de estudio.

Por el camino va idealizando todo aquello que puede suceder en una universidad que pintaba ser tan atractiva en todo sentido. Era un establecimiento educativo de alto nivel y con un costo elevado. Accesible a jóvenes de clase alta como Israel.

Al llegar a la universidad se encuentra con más de lo que había imaginado. Era una bomba de impresiones masivas representadas en la multitud de jóvenes a su alrededor. Buscando entre las guías que lo llevarían a su primera clase, escucha una voz. – Encontrar un salón en esta universidad es casi imposible, pareces estar más perdido que ilegal en New York -. La mirada de Israel atiende a aquella intrépida voz. Era una mujer muy particular. A pesar de que la apariencia de Israel dejaba ver a un joven muy descomplicado para su clase social; jeans, converts, camiseta negras, cabello alborotado, gafas de marco negro y mirada curiosa, aquella mujer lo hacia sentir en un estado de confianza excesiva que lo confundía.

- He estado aquí antes y creo saber donde queda esa jaula-. Dijo la joven en tono burlesco. Israel siente que lo agarran de la mano y se deja llevar por esta mujer, como sol que se roba el día. El joven que siempre creía tener todo bajo control, se siente inseguro y vulnerable mientras pregunta el nombre de la interesante raptora. - Silvia, ese es mi nombre pero suelen decirme Cintia, como la niña mala. Responde sonriendo sin mirarlo a la cara.

Es aquí. Esta es el aula de los futuros ingenieros. Ella suelta su mano y caminando de medio lado como quien no se quiere ir, sonríe despiadada, sonríe desinteresada, sonríe dejándolo parado frente aquel inmenso salón de pisos negros, como la oscuridad bajo los pies y de sillas acolchonadas.
De las veinticinco personas que se presentaron aquella mañana, Israel no recuerda el nombre de ninguna. Ni siquiera supo cual fue la primera clase a la que asistió. El no podía dejar de pensar en esa intrépida mujer que se acerco antes de que él lo hiciera; puso en duda su arrolladora personalidad.

Era un nuevo día e Israel ansiaba llegar a la universidad con la ilusión puesta en volver a ver aquella joven. Camina por los desdichados pasillos que comunican las aulas. Llega tarde a clase y en la última silla de la primera fila, sus ojos no disimulan ver la agradable sorpresa. Ella seria su compañera de clase.
La mira, agacha la cabeza y se sienta muy lejos de ella. No la miraba pero podía escucharla sonreír. Aquella risa que lo contagiaba de incertidumbre y ganas de tenerla cerca. Israel se sentía cada vez mas conmocionado de sentir tantas sensaciones por una mujer que apenas conocía. El no era un hombre experto en asuntos de mujeres pero le sobraba sentido común para entender que algo así no podía estar pasando.

Al salir de la clase esa voz vuelve a decir su nombre. Lo saluda y sin preámbulos lo invita a un café. El acepta y le hace saber el agrado que le causa el que ella estuviese en su grupo. Ella le devuelve el gesto y sentados en la cafetería él comienza a indagar sobre su vida. Cintia desbordaba en personalidad e intercambiaban aspectos de su vida. Ella vivía sola en un apartamento de la ciudad lejos de su familia pero con muchas ganas de vivir. Los padres de aquella joven viajaban de país en país, derrochando el dinero como lo hacen los ricos cuando no saben que hacer con el. No le faltaba nada aparte del cariño de sus padres.

Cada día la relación de estos dos jóvenes se hacia mas intensa. Las visitas al apartamento de Cintia se hacían constantes. Besos, sexo y compañía hicieron inevitable que surgiera una relación.

Fumar un cigarrillo después de hacer el amor, era una practica innata en Israel. Ella va a la ducha, el se queda en la cama, saca un cigarrillo, pero ha perdido su encendedor. Busca en sus pantalones, en su camisa y en la mesa de noche, lo encuentra pero también encuentra la desdicha.

Dos papeletas de heroína se dejan caer de un sobre de carta y la incertidumbre del enamorado no da espera. En ese momento Israel pudo responder a todas a aquellas preguntas que le generaban las concurridas ausencias de su novia. Era un fin de semana y el joven prefirió quedar en un silencio amargoso y preocupante antes de decidirse a pedir una explicación.

Una noche la pareja se encontraba en la casa de Cintia adelantando estudios. Israel recibe una llamada de su madre, pidiéndole que la recoja, pues había quedado varada en medio de la oscuridad de la carretera. El le comenta lo que sucede a Cintia y le dice que es posible que se demore resolviendo este problema y que quizás no volvería. Al llegar donde se encontraba su madre ve una grúa remolcándole el carro y a ella subiéndose a un taxi. Israel, sulfurado por la perdida de tiempo, da vuelta en su moto y se regresa al apartamento de su novia.

Abre la puerta y presencia el momento más desagradable de su vida. Ella estrangulaba su brazo izquierdo y sus ojos se perdían en el tiempo mientras el éxtasis de lo inexplicable se paseaba por sus venas. El joven entra en un estado de furia, le arrebata la jeringa a Cintia y la golpea en la cara. Ella, en un estado inhibitorio de su irrealidad, sonríe. Él se quedo mirándola aunque no sabia que veía. Era el desarraigo de un alma y la estática de un cuerpo que solo reflejaba soledad. Casi desmayada es alzada por su novio. Él descarga en la cama un cuerpo inerte, se sienta a un lado de ella y jala su cabello como queriéndose arrancar todas las imágenes que atormentaban su cabeza.
Se levanta, agarra su chaqueta y las llaves de la moto. Era media noche, el acelerador a fondo y un hombre enloquecido por una mujer emprende camino hacia ningún lugar. El frió de la noche golpeaba su cara y la situación por la que pasaba su enamorada golpeaba su corazón. La velocidad aumentaba a medida que recordaba cada vez mas aquel momento. Israel no podía creer que esa persona que una vez llego a su vida para darle un sentido propio a su concepto de amor, destrozaba su propia existencia en un camino que había tomado y que quizás no tendría boleto de regreso.

El carril contrario. Una intoxicación. Dos bombillas altas y un estruendoso pitar. Una convulsión. Un choque mortal. Una sobredosis. Eran la una de la madrugada y el teléfono de una madre suena. Una mujer que apenas sabia que tenia un hijo porque el dinero no se lo dejaba recordar. Por que el dinero fue el que se encargo de criárselo.

La noticia la deja perpleja. El teléfono queda descolgado y la mujer enciende uno de sus lujosos autos para enfrentar su desgracia. Al llegar al sitio encuentra un hijo casi destrozado. Las lágrimas silenciosas e impotentes caen sobre el cuerpo del joven. Ahora ella podría comprender el varadero sentido de la soledad.

Entre la tristeza y el dolor se oye el timbre de un celular. Una joven es encontrada muerta por una sobredosis de heroína y el único teléfono que se pudo encontrar para dar aviso, fue el de su novio. Algún día sus padres regresarían de su viaje por el mundo para reclamar el cuerpo de su hija. La madre se da cuenta que era la joven que había acompañado a su hijo por un largo tiempo. La joven que quizás conocía más a Israel que su propia madre. Esa adolescente que veía de vez en cuando acompañada de un personaje que se le hacia cercano a ella.

Era la muerte de dos jóvenes, Israel y su novia Cintia. Ellos tenían ganas de hacer muchas cosas, pero estaban seguros de muy pocas. Sabían que algún día, en algún lugar, encontrarían a alguien que los haría sentir diferentes, que los alejaría de su vida vacía. Pero eran dos jóvenes como muchos que hay por ahí, buscando una dirección en la vida, estando en el lugar equivocado.
FIN

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